El placer de lo (des) conocido.

Todo está perdido.
Incluso nosotros estamos perdidos. 
No hay nada más que hacer. 
"Se acabó ", te dije una vez. 
Esas palabras vuelven a mí todas las noches en sueños. 
Y lo que no son sueños.

Me agarré a ellas como un náufrago a su balsa. 
Como un budista a su religón. 
A ciegas. 
Con desesperación.
El miedo a hundirme me mantuvo a flote.

Ahora la tormenta ha pasado. 
El mar está en calma (también el sentimiento).
Los recuerdos aparecen en la orilla, 
pero ya parecemos no verlos. 
Ni oírlos. 
Somos inmunes al amor.




Con el tiempo aprendí a dejarte ir. 
Aprendí que las decisiones se toman con motivo.
La razón (en ocasiones) puede con el corazón, 
y es ahí donde fallé. 

"Te quiero", me decías, "pero no sé si será suficiente". 

"Es un buen sitio donde empezar", susurré.

Y con ese hilo de voz, se acabó. 
Se acabó para volver a empezar. 
En otro momento. En otro lugar. 
Empezará.